Ecos de una Travesía al fin del mundo

La exposición que nos convoca conjura el fin (momentáneo) de dos distancias esenciales, la del Tiempo y la del Espacio. Esto, ya que desde el ámbito del Tiempo son mas de cincuenta años de encuentros, complicidades y elecciones no siempre coincidentes las que sostienen esta relación de amistad que han cultivado los artistas visuales Ismael Frigerio y Francesco di Girolamo, desde su primer encuentro como compañeros de generación en la básica del colegio Saint Gaspar. 

Sus historias personales como las del país han vivenciado momentos extremadamente distintos en estas cinco décadas, conservando en el caso de estos realizadores ese respeto e interés por el otro indispensable en la continuidad de cualquier relación que madura y construye instancias de encuentros.

La novedad en esta larga historia de amistad, es que habiendo cultivado ambos el lenguaje de las artes visuales y expuesto cada uno en tantísimas oportunidades, es por primera vez que deciden converger al unísono en un espacio expositivo con obras preparadas expresamente para la ocasión, sintetizando con ello ese extenso tiempo en un candente ahora.

La otra distancia aquí convocada es la del Espacio, ya que en esta exposición se instala el fin de un deambular que se inició en la Patagonia de Chile en marzo del 2019, cuando Francesco e Ismael cruzaron literalmente la región más austral del país entregados al contacto con el entorno y sus habitantes.

En esta consagración al viaje expresamente destinado a la documentación de un ambiente que será posteriormente expresado poéticamente, es posible percibir los ecos del concepto de Travesía que instaló la Escuela de Arquitectura la Universidad Católica de Valparaíso (donde estudió Francesco) para categorizar esa aventura colectiva que decantará en el poema épico Amereida y en la construcción de un proyecto arquitectónico donde obra y entorno dialogan esencialmente, respirando al unísono. 

A Francesco e Ismael la experiencia de su propia Travesía  les permitió contactar con una serie de lugares de ese espacio gigantesco, incorporando sus emociones en bosquejos, apuntes, fotografías y recuerdos que durante dos años fueron anidando en el taller de cada uno de ellos, hasta decantar en este cuerpo de obra que nos ofrecen.

El impacto visual de cada uno de los proyecto viaja hacia la percepción del espectador construyendo ambos universos complejos, plásticamente maduros y técnicamente impecables, pero,  cristalizando puntos de vistas completamente disimiles, al grado de exhibir una dualidad conceptualizable en una propuesta de obra que apela a la utopía (Francesco) y otra que sin titubeos avanza hacia la distopia (Ismael). 

El punto inicial estuvo poblado de comunes acuerdos. Ambos concordaron que este desafío estaba lejos del ejercicio de pintar paisajes, es decir, fuera de los principios y reglas estéticas y sociológicas que guían a las obras que surgen al interior de ese género pictórico, el cual durante la historia del arte se ha utilizado preferentemente para representar la relación dialéctica entre entorno y habitante. El Paisaje como género suele promover una estrategia racionalizadora, enfocada en construir escenas con el fin de reflejar identidad, caracteres simbólicos, económicos y hoy medioambientales, tomando en cuenta la relación entre los componentes que supuestamente le dan su especial coherencia, de allí el uso extremo del Paisaje en todas las instancias de construcción identitaria en la historia de nuestras Repúblicas y que ha sido prolongado por la vida académica hasta la actualidad. 

Lejos de ello, el ejercicio pictórico que nos convoca optó por enfrentarse vivencialmente a un Territorio, conectando desde la propia experiencia con la complejidad de redes y coordinaciones que lo sostienen. Con ello, esta investigación desde el Arte se emparentó sin proponérselo con la Antropología del Territorio, área del saber que busca constituir una aproximación teórico-metodológica-reflexiva-activa, sobre imaginarios territoriales y los modos de vivir y habitar. 

Pero el Arte es un ámbito del saber humano que goza del don de trascender los discursos metodológicos de la cultura disciplinaria, muchas veces racionalizadora, fragmentada y parcial, que busca crear y mantener saberes construidos sobre sus propias ilusiones, a las cuales llama certezas. Tal vez por ello, en la misma Travesía y a través de sus apuntes de las formas (de la naturaleza) que los atraían con su impacto de lo “real”, fueron surgiendo dos imaginarios plástico que vislumbraron que, en definitiva, el Territorio está construido por – y- en el tiempo, con lo cual la poesía pictórica debía poner en primera fila a los grandes guardianes de su esencia: la naturaleza en si-misma y la memoria ancestral que aun sin cuerpos, perdura. 

Para “traducir” (en el sentido que da a este término Nicolás Bourriaud) ese Territorio en obra, concordaron, además, en cambiar el código del color desde las múltiples impresiones que producen en la retina, por una exploración sostenida fundamentalmente en el blanco y el negro, generando tonalidades sin ilusión de volumen, diseñadas con pastel, tiza, óleo, grafito y carboncillo, lo cual convoca en forma inmediata a la abstracción. 

Desde allí iniciaron un trabajo de dos años en talleres separados, con visitas, diálogos y el deseo común de decantar en la muestra que nos convoca.   

La Patagonia en la obra de Francesco di Girolamo fue acogida en cinco universos constitutivos del Territorio al cual se entregaba: Piedras de las orillas, Bosques, Cielos, Vientos y Mar, que aparecen en las telas desde un blanco y negro que (para este artista) apela a lo Inmanente, a un Caos Original, un Génesis en donde la vida se expresa intensamente unida, antes del surgimientos de la diversidad de los colores.

En cinco cuadros sintetiza la magnitud y esencialidad de las fuerzas de la naturaleza, a través de figuras que se instalan sin ilusión de volumen y que al aproximarnos a las telas simplemente desaparecen, ya que sus formas en definitiva están solo sugeridas por un lenguaje grafico plano que fue apareciendo en la construcción de los cuadros. 

Su gestualidad, ritmo y pulsión generaron grafismos que Francesco subraya al pasarlos  desde las pinturas en que surgieron, hacia el papel de bambú, en donde el grado de abstracción alcanza su mayor estatura: auto-citas que dan cuenta de pulsiones y códigos que el propio realizador descubrió. 

Con traducciones de la oscuridad, la luz, los tonos intermedios y sus ritmos, configura  “Piedras de fuego”, surgida desde una mirada intima, minimalista de un suelo que rico en minerales y prácticamente en la ausencia de lo orgánico, permite reflejar a una luz que evidencia su viaje rasante y diagonal en esas tierras del fin del mundo. “Cielos de fuego”  expresa una agitación permanente que sin punto de fuga (o ángulo privilegiado) hace coexistir formas rápidamente cambiantes,  que comparten la profundidad de un espacio en el cual  el astro sol ha renunciado a su total protagonismo y se conforma a participar con destellos en una  bobeda,  mas azul obscura que celeste. El “Mar de fuego” se nos ofrece como una maza compacta, una materia oscilante o placenta que protege y encubre la vida por venir. Los “Vientos del fuego” son visibles solo gracias al movimiento de pastizales, materia orgánica de base, flora inicial que puebla la Tierra donde ya es posible para muchas especies vivir. Finalmente los “Arboles del fuego” sugieren la  expresión madura de la vida, el canto de maestros/ guardianes de una creación habitada por organismos complejos. 

El conjunto de estos trabajos instala la dulzura, espiritualidad y confianza en un mundo renovado utópicamente, lo cual hace recordar (recordari: volver hacer pasar por el corazón) a la película que en 1969 realizara Wim Wenders, “Fata Morgan”, en la cual propone un génesis construido con imágenes de territorios y fragmentos del Popol Vuh leídos por Lotte Eisner, maestra que llevó a Wenders a realizar su propia Travesía, rogando por su salud.

La Patagonia en la obra de Ismael Frigerio nos adentra desde su propuesta de instalación de fotografías y video, en la cual da cuenta de un ejercicio anterior, su viaje el año 2015 por los canales australes en el barco Aquiles desde donde construyó una serie de imágenes fotográficas en el ejercicio de plantear “una Marina al revés”, es decir, una antítesis visual a la Marina tradicional cuyo género desarrolla imágenes construidas mirando desde la costa hacia el mar.

Esas fotografías tratadas sobre placas impresas en metacrilato, son en la presente exposición los bordes de imágenes proyectadas en un video realizado por Ismael en la travesía con Francesco, haciendo converger tomas del mar océano, cruzado por fragmentos de películas realizadas por el sacerdote salesiano, Alberto de Agostini (1883-1960) y cantos rituales de los Selk’nam registrados por la antropóloga franco-americana Anne Chapman (1922-2010). 

Esta instalación, en la cual convergen diferentes autorías, fuentes, y materiales, es el inicio de una narrativa pictórica-poética que aborda el Territorio, dejándonos ver desde diferentes estrategias gráficas, el dolor profundo de quien se enfrenta a esa naturaleza retrotraída a la fragilidad hasta el límite de su posible extinción, lo que hace pensar inevitablemente en un Apocalipsis.

Aporta además desde su universo sonoro con el canto gutural de una conexión perdida con la naturaleza y las deidades, drama que nos hace pensar que tal vez nunca fuimos expulsados del Paraíso, y que es justamente aquí, en el único posible Edén colectivo, donde imponemos el colapso.

La propuesta de Ismael continúa en obras pictóricas desarrolladas con carbón, óleo y acrílico sobre tela, y una serie de  impresos  sobre papel, teniendo todas en común el ser un lugar de convergencia entre lo gestual y lo racional, solucionado las formas con valores gráficos de un alto grado de abstracción.

Sobre seis telas en formato casi rectangular trabaja con diversas capas de carbón,  dibujando fragmentos de árboles llevados a una geometría esencial, en la cual las formas generan un anti-paisaje que exhibe los restos del fracaso de lo que pudo haber sido un dialogo con el entorno.  

Las pinturas de mayor formato están realizadas sobre yute preparado en su taller con cola de conejo, manteniendo el tono base de este material y sin esconder la trama de su textura ni sus uniones. Sobre este soporte vital y arcaico, construye imágenes de árboles separados en forma tajante, generando como en su video instalación trípticos que complementan el discurso poético, en este caso, en el contraste de líneas, superficies pintadas y colores, generando zonas de frontera en las que la pintura da paso al dibujo, metáfora de la erradicación de la vida autóctona a los extramuros del proyecto moderno, vía la generación de amplias zonas despojadas de su biodiversidad. Las imágenes se cierran con la superposición de textos demoledores: Devastación, Nostalgia, Intercesión, tres señaléticas que sintetizan el estado de las cosas.

Ante el conjunto de obras desgarradoras y desgarradas que nos propone Ismael Frigerio, podemos constatar una vez más la capacidad que tiene el Arte para acoger el dolor sin perder sus valores plásticos e incluso la noción de belleza, aunque exprese sin anestesia las heridas que para su realizador provoca la fuente de inspiración con que trabaja, acá, el fin del final de la Tierra.

Pedro Celedón Bañados

Dr. Historia del Arte

Comparte

No esta autorizada la copia ni difusión de las imágenes incluidas en este sitio web, sin previa autorización.