COBIJAR
Lise Moller ha desarrollado una obra escultórica compleja e interesante, absolutamente contemporánea en su resignificación del cochayuyo, con el que va construyendo un alfabeto efímero mediante el cual plasma hallazgos trascendentes. Son paquetes mágicos que centran su fuerza expresiva en su núcleo misterioso, que las capas externas protegen o sugieren; pero no muestran, conectando de esta manera su imaginario con los fardos mortuorios del mundo precolombino, lo que confiere a esta parte de su obra una especial intensidad. Sus volúmenes de cochayuyo envuelven misterio y muestran ocultando: esta es la clarividencia de la escultora, que ha elegido esta alga del Pacífico, estos pastos de mares, para expresar aquello que ella resume en el verbo transitivo cobijar, cuyo significado es dar refugio, afecto y protección. En esto hay mucha fuerza, y una total coherencia entre la obra y la vida de la artista, que ha convertido su taller en un cobijo donde muchos gozamos de su generosa acogida. La maestría de su descubrimiento visual consiste en poner en valor la belleza orgánica del alga, practicando con ellas el ejercicio ritual del velamiento, creando paquetes de poéticas volumetrías a través de las cuales despliega su secreto magisterio, que nos enseña que con los mínimos elementos es posible plantearse cuestiones fundamentales.
Sus grabados, imagen en negativo de nuestras algas australes, son una invitación al sosiego en su diseño elegante, esencial, ajeno a toda estridencia. Son sombras tutelares venidas de lo más profundo del insondable Océano, y un natural complemento de su obra escultórica en cochayuyo. En su afán de veracidad, Lise Moller ha decidido poner en valor las planchas con las que se ha impreso el largo políptico marino, exhibiendo lo que tradicionalmente se guarda. Esta honestidad del oficio, ausencia total de retóricas o retruécanos, caracteriza de punta a punta su obra visual, ajena a la fabricación de artefactos ingeniosos o de novedades pirotécnicas; trabajo paciente y constante con la materia, cuyo fruto muy legítimo son estos grabados y estos volúmenes olorosos a sal que hoy nos presenta, como entidades reveladoras que deja el mar en las orillas.
GUILLERMO CARRASCO NOTARIO
COCHAYUYAR
Listo, vamos.
Primero las cosas típicas, pan y cosas pal pan, agua, alguna bebida (opcional), traje de baño, toalla o pareo. Piensa en un día de playa. Luego, lo que vamos a necesitar: esa tijera azul, ese cuchillo del tamaño de la palma de mi mano que tiene buen seguro, y los sacos de construcción.
Listo, nada más.
Vamos a Tunquén. Entramos hacia Rosario, a la casa castillo donde a veces pernoctamos. Pero derechito a la playa. Ya sabemos que tenemos que estacionarnos cerca de los quitasoles de Don Julio, hacia allá están los cochayuyos.
Listo, caminemos.
Primero un reconocimiento. Desde las rocas de la orilla, una primera observación: ¡Está lleno! (en un día bueno); ¡Parece que no hay mucho! (en un día malo). Una caminata por rocas más altas complementa el escudriño inicial. Por aquí, por allá, algo se ve.
Listo, a buscar.
Empieza lo bueno. El salto entre rocas, la afinación de la vista para encontrar largas colas de alga aún en sus escondites. Una vez que la vista aprueba, le toca al tacto decidir con ayuda del olfato. ¿Está pegote? ¿Huele muy mal? Quizás ya está muy pasado.
No importa, seguimos.
En el agua se ven siempre, arrastrados por las olas. Visión muy bonita pero poco productiva, en general están muy lejos. Aunque a veces se pueden sacar, para eso la tijera. Ahí empieza la búsqueda de la posición ideal, aplicando todo conocimiento sobre yoga y acrobacia.
Listo, ¡Lo tengo!
Ok, ahora salgamos de aquí, que en cualquier momento llega el agua. Un primer latigazo hace sonar la roca por la fuerza que hay que ocupar para sacar esa mole del mar. Pero más exigente es andar de vuelta el camino, saltando las piedras con un vestido de tres metros que evitas pisar a toda costa.
¡Mira, Lise!
Esperando la aprobación final, el éxtasis llega cuando lo acaricia para empezar a trabajarlo. A veces sirven las paletas más grandes, a veces las tiras más largas. Eso se decidió al principio de la travesía. Ahora solo queda seguir buscando más.
Listo, suficiente.
Todo lo que se lleva tiene que ser trabajado el mismo día, si no se pierde. No hay que excederse, como lo hacíamos al principio. Volvíamos con ocho sacos, cuatro cada uno, caminando de vuelta buscando el balanceo perfecto para llevar tantos kilos encima. Ahora son tres.
¿Eso es todo?
Antes de partir, el premio: el sándwich mirando el mar y el piquero refrescante. Donde sea. En el espacio que nos deje el mar.
Entre rocas y algas.
– Lise Moller
Qué lindo trabajo.
Lo único que hay que cuidar es no sacar el cochayuyo de las rocas cuando aún están adheridos.
Cómo cuidadora del borde costero entre punta del Gallo y Rosario. Donde con la custodia se ha mantenido la cadena, alimenticia de una variedad de especies.
Soy cochayuyeras de corazón.
Se gana plata asiendo eso